La semana pasada estuvimos en Sintra [Portugal] en el Congreso Iberoaméricano de Urbanismo [CIU 2014] en el que participamos con una comunicación. Para los que no conozcáis Sintra es una ciudad preciosa, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco rodeada de verde y con unos castillos que parecen sacados de un cuento y con tanto detalle en sus piedras que da la impresión de que en cualquier momento van a cobrar vida como por arte de magia. Y, por supuesto, no faltan las piedras de adoquín blanco tan características también en Lisboa y Río de Janeiro.
Por desgracia, es ese mismo encanto la que la ha convertido en un teatro como ya le ha pasado a Venecia y a tantas ciudades [hace poco veíamos como Barcelona se quejaba de que los turistas estaban cambiando su ciudad]. El fin de semana sólo se ven autobuses de turistas subir y bajar por sus empinadas cuestas, en la zona central las terrazas de los restaurantes [que no tienen nada de típicos, por cierto] bloquean hasta las aceras, y todos los comercios son tiendas de souvenirs, excepto una pequeña tienda destinada a marcas como Burberry o Longchamp de la que los orientales salían con grandes bolsas.
Aunque pueda parecer que esta reflexión es más propia de un blog de viajes que uno de urbanismo, no puede estar más lejos de la realidad. Aún más si, curiosamente, ha sido elegida como ciudad para celebrar el Congreso Iberoamericano de Urbanismo en el que se ha debatido sobre el futuro de las ciudades y la importancia de sus espacios para los ciudadanos. Un Congreso de cierta importancia como para que estuviesen los presidentes de la Asociación de Urbanistas de Portugal, la Asociación Española de Técnicos Urbanistas y la Federación Iberoamericana de Urbanistas.
Paradójicamente, las aceras tan bonitas de adoquín blanco de Sintra se convierten en un infierno si vas con un carro de niño o una silla de ruedas, sobre todo en las zonas donde el mantenimiento brilla por su ausencia y ya faltan adoquines. Otro tema es cuando las aceras son tan estrechas o hay tantas cosas encima de ellas que es imposible circular sin bajarte en algún momento a la calzada. Encontrar una tienda tan básica como es un supermercado parece misión imposible, al igual que una zona de juegos en la que no haya ningún columpio roto y precintado para evitar su uso. Más paradógico es que ese playground [uno de los que tiene columpios rotos] este situado en una plaza hundida a la que sólo se puede acceder por escaleras [o que tiene las rampas escondidas desde ciertos ángulos]. Todo esto son algunos ejemplos de lo diferente que puede ser una ciudad si eres un turista [en la que parece que todo esté adaptado a ti] o si eres uno de sus habitantes y tienes que lidiar con la falta de mantenimiento.